LA DESCRIPCIÓN:
El otoño es una muy bella estación.
Los bosques pintados con el color del ocaso, con tonos rojizos apasionados y
naranjas ardientes hacen del paisaje un deleite para nuestra vista, muy por
encima de lo que nos podríamos imaginar o desear.
Imaginaos un bosque en la flor y nata
del otoño, todas las hojas pintadas con la característica paleta otoñal: incandescentes
anaranjados, soñolientos carmesís y escarlatas y dorados, para darle el toque
final. Los troncos de los árboles de un oscuro marrón, no son muy gruesos, pero
sí perfectos para mecerse con la fría y húmeda brisa que sopla, que nos cala en
lo profundo de los huesos y nos mece de frío a nosotros también. El bosque está
dividido por unas vías de ferrocarril que, de tan antiguas, se han quedado de
color cobre, con los oscuros tablones de madera enmohecidos por debajo. La vía,
al igual que todo el subsuelo, está cubierta de hojas. Son tantas las que están
esparcidas por el suelo que parecen una gruesa alfombra de terciopelo rojizo.
Dándote la sensación de ser un camino para irse y no volver. En el entorno,
solo se hacen oír los pájaros, que gorjean una dulce melodía sin compás. Es tal
la magia, que parece irreal, ni más ni menos sacado de una novela de fantasía,
como las que me encanta leer.
Júlia Nateras Mundet